Para ser la ciudad que nunca duerme, Nueva York tiene una sospechosa cantidad de durmientes. Basta con dar una vuelta por cualquier manzana o entrar a cualquier estación del metro para ver que, aunque la ciudad está despierta, sus habitantes duermen todo el tiempo, a todas horas, en cualquier lugar y en cualquier postura.
Veo a la gente durmiendo en los vagones del metro, abrazando su portafolio o su mochila; veo a la gente durmiendo en las calles, sobre la banqueta, sentada sobre un pedazo de cartón; veo a la gente durmiendo en los parques, escondida detrás de un árbol, como si la pereza fuera delito; veo a la gente dormitar mientras espera el tren, mientras compra una revista: parados, caminando o comiendo. Los veo cerrando los párpados mientras platican, mientras recargan la frente en la ventana del taxi, mientras pisan los últimos trazos de nieve sucia arrumbada en las esquinas.Los neoyorquinos duermen a todas horas, cansados de hacer poco.
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